“La palabra, en el teatro se le expone
Desarmada y reconciliada, juega el papel
De verdad enmascarada.”
El poeta y escritor Max Henriquez Ureña dijo en su Breve
historia del modernismo, que la contribución de la literatura hispanoamericana al viejo
continente había sido solo un retorno de los galeotes modernistas, es decir,
poco había sido el impacto de las obras teatrales de escritores
hispanoamericanos en Europa y sin embargo muchas de estas se habían representado
ya desde 1888. La publicación de Azul
de Rubén Darío, había marcado el inicio del modernismo en América, el
romanticismo había seguido imperando en las composiciones y en el teatro, José Zorrilla con el teatro peninsular en
España había influenciado en escritores como Echegaray, Tamayo y Baus,
repercusiones que llegarían hasta costas americanas con los dramas de José Martí,
Enrique Larreta, así como Amado Nervo,
Manuel José Othon, Roberto J. Payró y Federico Gamboa. El realismo y naturalismo de Zola y Dumas, el
romanticismo lirico del Cyrano de
Bergerac de Edmond Rostand, el drama social de Ibsen, el teatro del absurdo
de Alfred Jarry y los dramas de Strindberg. Asi como el simbolismo poético de
Maeterlink invadían la escena y recorrían a velocidad incierta tierras
americanas en los que era ávidamente leídos y representados. Muchos de ellos
dictaron el canon dentro del la literatura hispanoamericana, como el caso de la
dramaturgia romántica de Zorrilla que retoma el mexicano José Peón y Contreras con
el Castigo de Dios y Maria la loca (1870-1874). Junto a este
romanticismo tardío surgió el teatro de intereses social con el escritor cubano, naturalista José de
Armas y Cárdenas en sus Triunfadores (1895).
En México Federico Gamboa y su hermano José Joaquín,
escribieron la obra de crítica social la Venguanza
de la Gleba (1905), la última campaña y entre hermanos (1899), estas últimas
obras de Federico. Sin embargo las
exigencias históricas de la época, no sustentaron estas obras que quedaron
relegas a meros dramas rurales, sin mayor transcendencia. Esto puede llevarnos a creer que el teatro hispanoamericano solo contribuye a
ser expresión de lo regional, trama que está impregnada de lenguaje lugareño,
de modismos que no contribuyen a la literatura universal. No obstante aceptar
lo anterior seria darle un lugar equívoco
a la literatura hispanoamericana. Recordemos que hubieron grandes genios del
drama como el uruguayo Florencio Sánchez con obras como M´hijo el dotor y Barranca
abajo, con influencias del teatro realista-naturalista francés, siempre
bajo la óptica del criollaje y la dignidad, sobre la crisis del gaucho al
tratar de convertirse en citadino, temáticas que problematizaban la crítica de la sociedad rioplatense.
Mientras las obras de Sánchez tenían gran aceptación entre el pueblo que se
dedicaba en gran parte al obreraje, el modernismo, como había postulado Rubén Darío,
había sido el tiempo en que el escritor hispanoamericano
se sintió por primera vez influyente en el mundo cultural de su lengua, había
experimentado un cambio en las artes y en las letras, cambio que en el teatro
no repercutiría con la misma certeza y sin embargo, a partir de estas obras
teatrales: sainetes, entremés, zarzuelas, comedia, tragedia.. etc. Se incorporo
una nueva perspectiva: el teatro ya no es el arte del placer y del deleite,
sino el testimonio de una sociedad que
necesita mostrarse y ser representada.
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