jueves, 15 de marzo de 2012

¿A qué nos debemos? (Poema “Mi novia fue una bicicleta náutica” de Armando Duvalier)

MI NOVIA FUE UNA BICICLETA NAUTICA

    Al periodista Francisco Cabrera Nieto

¡EY, FAMILIA!....

-Sí, se los voy a contar porque estoy un poco triste.

   Fue un invierno con ágatas canarios
cuando los Santos Reyes, alternativamente solo,
pues nunca había visto un trompo de colores.
era invierno, digo, y yo era un niño.
estaba yo cangrejo.

   Tronaban los cañones en Europa
bajo verdes palomas desvieladas,
grazanaba tamarindos un perro coronela
y las súbitas manadas panzer ensuciaban
la patria de la alondra y del zafiro:
Rusia.

ELLA. SE VA LA PRIMERA

   Hermosa era mi novia
quemando su petróleo de taberna;
yo adoraba sus ostiones sin ombligo,
sus gatos y sus muelas,
sus fósforos de vidrio
y me alegra que sepa: hasta sus piojos.

   La anunciaban las trompetas del estío
galopando a serpiente de almidón hepático;
tenía un jazmin con cerraduras en la frente,
onza y media de pólvora en los ojos
y dos bajeles midiendo su estatura.

   A las doce platicaba con sus títeres
y daba maniquiur a su escopeta;
pensaba en las arañas como suelen
cantar sin su machete y hacia arriba
el otoño quitándose el casquete.

   Los domingos ordeñaba su helicóptero
o bien su almeja mandolina en sánscrito:
“¡ay, amor, sin pianola y sin esquife!
¿Por qué sífula sin dientes,
por qué céfiro olvidado
y antier locomotora?

   Le gustaban los adones con cerveza,
los chalecos en salsa de alhelía
y verano sinfonola sin orejas,
suspirando al mirar que la joven Serenata
con Schubert salía de una pistola.

   Me extasiaban sus ánforas de cuando,
su motor fuera de borda bajo el pecho
y el gerundio cabizbajo de sus piernas;
mayor que girándula y durazno
me tiraba algunos chocolates
al darle cuerda a su caja de leopardos.

   Por eso, y nada mas por eso me estuve telescopio.

   Invariablemente a medio día
y aún estando con Guillermo Luzuriaga
o con Quintero Reyes,
del Café París, El Gato Negro, Do Brasil
o Fornos, le enviaba en carrusel y con mariachi
algunos sueños en aceite
o bien mí corazón al horno.

LA GUERRA. CONTINUAMOS.

   ¡Plam, plam, rataplám!... ¡Plam, plam, rataplám!...
Seguía la guerra.
Marchaba un ejército de imbéciles
a defender el comercio de gringos y de ingleses;
volaba el escuadrón 201
pero yo ñe sentía como ninguno.

   La Cruz Roja, los aviones y bomberos
bufaleaban jugando a los soldados;
corría el aceite quemado de mis lámparas
revuelto con los cerdos, prostitutas y mendigos
y el viento arrastraba por las calles papeles de excusado.

   Había apagones, ladraban las sirenas
y en vez de globos se inflaban estandartes;
oía soñar a mis ídolos de piedra,
y aunque todavía ningún idiota quemaba la primera atómica
yo astrolabio ciertamente como el martes.

   ¿Pero qué le importa el oro, el comercio,
los gringos, los ingleses a un gallo cosmonáutico?

   -¡No, eso no me lo pregunte porque afilo la corneta!

¡ADENTRO!...
  
¿Recuerdan Attolini, Sansón Flores y Rosemberg Mancilla,
que a la entrada de (en francés) “La Rata Muerta”,
estiraba sus lágrimas un viejo acordionista?
marciano camaleón:
ya es hora de que te duermas.

   Andaba dromedario por las noches
lloviendo marihuana.
¡Aylaralá!... ¡Sí, como siempre, de rompope!... ¡Ayularalá!...
tu romboide ya es del género epiceno.
¿Cuándo enterraron el isósceles de Lara?
¡Ay, Lara!... ¡Aylaralá!

   Al “moulin Rouge” llegaba un manco violinista
a tocar un vals con cohetes chinos:
era un artista y yo a caballo por las dudas
quedaba trementina
y quizàs la luna enredándose en los barcos.

   Estaba medio tráfico, desnudo,
mordido por veleros alejándose
y por trenes quemando clorofilas, y ya encendidos lloviznaban risas,
                                                                                           Cucarachas,
Basura, pápalo, bacines, zopilotes muertos
y algunos melancólicos orines.

   ¡Tres cientos mil para mañana!...
¡Aquí está su numerito jefe!... ¡Lárgate al carajo!...
solo quiero unas botas federicas
contigo las que calzan los cipreses.

   Algunas veces golpeando las puertas de la lluvia
y así, medio borracho,
buscaba en el rincón de las boticas
los pedazos del crepúsculo enterrado
en una lata de sardinas.

   -Se lo diré porque siempre a lo begonia
pero solo algunas veces
me duele el saxofón derecho.
¡Háblame, desnuda carabina!... Solo aquí, bajo carbones,
a lo retrete y a lo anillo sueña un coro con vírgenes de almíbar.

   Vivía en Tepito y siempre estábamos vihuela
lo mismo que los puentes, ebrios;
y algunas veces de la niebla cóncava
destapaban sus balandros Juan García Jiménez,
Rafael Cordero, Leopoldo de la Rosa
o Luis Octavio Madero.

“AQUELLA”… Y VA LA SEGUNDA.

   A veces caminaba ensimismado
pero ella me abrochaba la bragueta por teléfono;
era la calle cajeta de Celaya
y debajo aullaba en su cajita de música
el corazón de un niño muerto.

   ¿Quién no sabe que era un ángel
toreado con un lirio los pulpos militares?
¡Cámara Kodak, ponte alerta!
soñaba por telégrafo y cenaba clarinetes
suspirando con cristal de golodrinas,
pero  eso sí, jamás sonreía sin pantaleta.

   De vez en cuando se ponía camelia.

   Por la mañana le escurría el azúcar candi
o jugo de toronja hacia la orilla,
mas una madrugada me dejó bandera
y en rubio watercloset enterré a los niños
y di vuelta en carretela.

   Afilaba su cuchillo por las tardes
para castrar a rosados querubines
montados a ballena y que campanas,
al cerrar los párpados el día
yo despertaba a veces automóvil
mojado por los perros.

   ¡Ay, platillo volador! ¿Por qué naciste en Pénjamo?

DESPEDIDA.

   No sé que mano le quita
su ropaje de flautas al castaño,
pero de aquí hasta su merluza clavellina
está glucosa mi azuceno al aire
diciéndole ¡adiós! Medio marrano.

   Ahora no sé si la recuerdo.
¿Dónde estará?, pregunto a cada puerta.
¿Dónde estará?, pregunto a los gendarmes,
y por eso desde el jueves
me gusta su perfil de gasolina izquierda.

Decidme burros, con vuestra cándida trompeta:
¿Dónde estará?
¿Dónde estará de escarabajo y corcho?
¿Estará en alguna camiseta jorobada?
¡No, eso no, tal vez, porque la ausencia!

   ¡Ay desnudo corazón!... ¿Por qué no te pusieron calzoncillos?

   Aún siento el aparato digestivo de las rocas
y el aire de oro teñido en serafines;
¿pero dónde me quedé dormido?... ¡Decídmelo!...

Siguen corriendo los bancos, las violetas, los balcones,
los semáforos, las arpas, los catetos,
¡Pero en sábado!...

   ¿Quién le ha cortado sus raíces a la luna
y sus doce caballos de fuerza al clavicordio?
y aunque mi víscera ya no spikinglea,
solo a ti, querido niño, te diré un secreto:
mi novia fue una bicicleta.

   Con esuelas alcanzaban sus paraguas
Arcángeles flamígeros
¡Upale, niño!... ¿No quieres los primáticos?
¡Chiqui!... ¡Chiqui!... ¡Cloch!... ¡Ufff!...
¿Se aflojan los tornillos?
¿Te gusta la nieve de frambuesa? ¿No? ¡Entonces, de vainilla!
a mí dadme un sandwish de gargajos.

ULTIMO ADIOS.

   -Sí, no le niego que tiene sus arrugas
el salterio bajo líquenes dorados
cuando el reloj se me llenó de olvido,
tan jamás me pregunte por su nombre
porque orégano.

   ¿Ve esta carta con nenúfares callados
a la orilla anocheciendo de mis válvulas?
todavía tienen agua las esponjas
y se abren las compuertas,
pero no me pregunte cuando fui zapato
porque no voy a sollozar por cualquier motocicleta.

   -Ahora, si usted gusta, platiquemos del oráculo.

DUVALIER, Armando, “Mi novia fue una bicicleta náutica” en Poemas Alquimistas, Rodrigo Nuñez Editores, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1986, pp. 9-1



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